Editorial

(c) Diseño de portada - Paula Pappalardo



Número 102

BIENVENIDOS PASAJEROS !!!!!!!!!!!!!!

Ha llegado Don Invierno por estas altitudes australes. Pero al trencito no lo arredra el frío y desea emprender un nuevo viaje para visitar nuevos y viejos amigos. El amor por las letras nos une y refuerza los lazos de amistad. Como tantas veces he dicho soy una convencida que solo el amor nos salvará. Y escribir es una forma de amar, de permitir que otros se acerquen a nuestro mundo interior, a nuestras vivencias, a nuestra mirada hacia el mundo. Por eso y sin más prolegómenos ...¡¡partimos!!

Suena la campana ... la locomotora larga una bocanada de fuego ... y nos ponemos en marcha hacia la provincia de RÍO NEGRO, para recibir a nuestro primer pasajero, que ya nos ha acompañado en otras travesías: JORGE CASTAÑEDA. Poeta, escritor y periodista nacido de padres rionegrinos en la ciudad de Bahía Blanca y radicado en VALCHETA (prov. de RÍO NEGRO). Tiene publicados 12 libros entre ellos: “La ciudad y otros poemas”, “Poemas breves”, “30 poemas”, “Poemas sureños”, “Sentir patagónico”, “Los atabales del tiempo”, “Valcheta, un pueblo con historia”, “Suma Patagónica”, “Raíces de piquillín”. Ha participado en varias antologías. Es conferencista sobre temas patagónicos. Miembro de la Sociedad Argentina de Escritores y de asociaciones y entidades culturales de Argentina, España, Francia, Italia, Suiza, México, Colombia, Estados Unidos, Brasil, Chile. Es entre otras distinciones Ciudadano Ilustre de Río Negro, Cónsul de Poetas del Mundo y Embajador Universal de la Paz (UNESCO). Traigo hoy sus poemas, plenos de emoción.
E Mail: jorgecastaneda20032000@yahoo.com.ar

 
ECLESIASTES

Yo voy juntando estrellas en la noche callada
Y me brillan las manos con clarísima luz.
Yo maneo al lucero en plena madrugada
Y la traza conozco donde marcha la Cruz.
Yo sé que las Marías encuentran su morada
En el cielo más bello que se ha visto en el Sur.
 
Yo conozco las huellas del puma predador
Y voy por las picadas llevando mi verdad.
Yo he mirado la luna en todo su esplendor
Cuando viste de plata su clara vanidad.
Yo presiento en el aire el inquieto rumor
Que viaja en el cielo con voz de tempestad.
 
Yo levanto las piedras pulidas por el río
Y me subo a los montes del último confín.
Yo viajo con el viento como si fuera mío
Y abrevo en las vertientes un alba de carmín.
Yo conozco los nidos en el peñasco frío
Donde remonta el águila con su vuelo sinfín.
 
Yo conozco los vados del río en la espesura
Y del mar impetuoso he gustado la sal.
He mirado los pájaros que vuelan en la altura
Y pesado en mis manos la roca mineral.
Yo sé que hay en las cosas una cierta ternura
Y también muchas veces una pizca de mal.
 
He visto muchas cosas y todo es vanidad
Dice el Eclesiastés. Y también el hastío
Que en el alma nos deja no encontrar la verdad.
Ser falibles y pobres, menguado todo brío,
Esperando la barca que con cierta ansiedad
Para siempre nos lleve en las aguas del río.


EL OBRERO GOLONDRINA

Es uno más en el surco
El obrero golondrina
Con el silbido cansado
Y las manos que trajinan.
 
Jornada de penas largas
Que al solazo se calcinan
Y ese cansancio de siglos
Que solo el jornal resigna.

Sudor amargo en el monte
Recordando a la familia
Telarañas en los ojos
Que de pena se persignan.

Quiebra el ala del sombrero
Tristezas que no se entibian:
Un perro, algunos cajones
Y las manos doloridas.

La jornada se hace larga
No tiene quién la redima
Y siempre será lo mismo
Porque así se va la vida.
 
Caminando por los surcos
Como extraviada y perdida
Es como un pájaro herido
La pena del golondrina.

Un adiós de largo aliento
De sus tristezas se olvida.
Mientras el sol de la tarde
A las nubes acuchilla.


DOY GRACIAS POR TODO LO QUE TENGO

A veces en la paz de las mañanas
Con el alma transida de silencio
En la iglesia pequeña y solitaria
Elevo la plegaria de mis rezos.
Y el día se apesebra de bonanza
Y doy gracias por todo lo que tengo.
 
Afuera  me perfuman las acacias
Y una brisa me colma de renuevos,
Los pájaros tempranos con su parla
Vaya a saber qué cosas traen a cuento:
Tal vez de una ciudad y una ventana
Donde hicieron su nido los horneros.

Ya la hora del almuerzo está cercana
Y sobre la mesa el mantel dispuesto.
No hay cosa más hermosa que la casa
Donde se halla el reposo y el contento.
Y la cocina con su aroma a albahaca
Acercando de mi madre el recuerdo.

Y después la lectura con su magia
En ese sillón que es el que prefiero,
Con las cosas más simples pero caras
A la sencillez propia de mis afectos:
Mis libros, mis escritos, mis vituallas
Y el lugar de mis íntimos momentos.

Soy un hombre feliz, un peregrino,
Y doy gracias por todo lo que tengo.
 

HAN BROTADO LAS FLORES DE MIS CACTUS

Han brotado las flores de mis cactus.
Su color de azafrán, su terciopelo,
Y esa fosforescencia anaranjada
Que suma su color a mis momentos
Y alegra la rutina de mis actos.

Han brotado las flores de mis cactus
mi hija no se encuentra para verlos.

Han brotado las flores de mis cactus
Bellas como corolas en secreto
Y tienen una gracia que engalana
La placidez tranquila de mi huerto.

Han brotado las flores de mis cactus.
No lo hacen todos los años. Es cierto.
Pero algo ha de tener esta mañana
Para abrir su crisálida de fuego.
¡Oh, dicha del edén y de su pacto!
 
Han brotado las flores de mis cactus
Y mi hija no se encuentra para verlos.
 
Han brotado las flores de mis cactus
Y todo tiene una actitud de rezo:
Mi alma, el jardín, el árbol y la casa,
Y la fugacidad que tiene el tiempo.

Han brotado las flores de mis cactus
Y mi hija no se encuentra para verlos.


DIOS TE SALUDA MARIA

Dios te saluda María
Porque su gracia te ha colmado de favores.
Has sido bienaventurada
Y por eso el Señor será siempre contigo.
 
Por escogida serás bendita
Como bendito el Niño que nacerá de ti.
Feliz te llamarán las generaciones,
Madre del Salvador.
 
La luz que se encendió en Belén
-pequeño villorrio de Judá-
Iluminará a las naciones,
Pero a Ti
Una espada te traspasará el alma.
 
¿Dónde habrá lugar para tu reposo
Sino en un humilde mesón?
¿Dónde poner el Amor sino en ese Niño
De Nazaret?
¿Cómo entender la voluntad del Señor?
 
Dios te saluda María
En cada mujer que sufre y llora.
En cada violencia de género.
En cada humillación por ser pobre.
En cada niño desnutrido.
En cada analfabeto.
En cada desocupado.
 
Pero al enemigo
Seguirás hiriendo en el calcañar.
 
Dios te saluda María.
Acá en Río Negro en esta Navidad.
En la cordillera, en la meseta, en los valles,
En los parajes, en la costa, en la estepa.
 
Y Tú Niño, el Niño Dios,
Habrá nacido una vez más
Para hacerse amigo de todos los hombres.
Y la Navidad que apesebra
La noche nos anuncia como el ángel
Que ha llegado el día.
Y con él, los renuevos
De una vida mejor.
 
 
Probamos unas ricas manzanas y las acompañamos con unos mates, mientras nos despedíamos de los amigos rionegrinos. El tren puso entonces rumbo a la ciudad de BAHÍA BLANCA, pues debía ascender una nueva pasajera: LYDIA RAQUEL PISTAGNESI. Nacida en BAHÍA BLANCA (Prov. de Buenos Aires) y criada en la zona rural de Chasicó. Profesora de letras y crítica literaria. Libros editados: “Poemas en Azul” (Ed.Argenta - Bs.As.); “Azul de Adiós” (Ed. Aries- Junín-Prov.Bs. As.); “Cenizas de Abril” (Ed. Dunken- Bs. As.); “En el nombre del Ángel” (Ed. Dunken- Bs. As.); “A la Sombra de la Gloria(Botella al Mar , Uruguay); “Duendes de la Lluvia (Ed. Dunken- Bs. As.); “Destino de Gorrión” (Ed. Nuevos Aires- Arg.). Participó en 62 Antologías dentro y fuera del País. Integrante de Gente de Letras (Ciudad de Buenos Aires); S.A.D.E Zona Sur del Gran Buenos Aires; Colaboradora de la “Revista Libro”; “Letras de Buenos Aires” Perteneciente al Staff de Cultura y Educación de la Provincia .de Buenos Aires y representante de la Feria del Libro internacional de dicho Staff desde el 2001 al 2006. Premiada en cuento y poesía por Ed. Aries (Junín – P.Bs. As.). Colaboradora de Bibliotecaria 75-( San Nicolás) provincia de Buenos Aires. Integrante de Poetas de América y de Poetas del Mundo. Colaboradora de “Asamblea de Palabras” Madrid, España y de Bosque de Palabras, Perú. Colaboradora España por sus poesías Infantiles (Biblioteca de Cocentaina) e integrante de la antología “Volem Versos”. Premiada en el centro de Estudios “La Sorbona” (Francia) por su libro “A la Sombra de la Gloria”. Premiada por La Editorial Jeorge-Zenun, por su cuento “Una sandalia en la Nieve”. Premiada en la Facultad de Barracâo (Brasil) por su libro “En el nombre del Ángel”. Colaboradora de la Revista Mandala Literario (Mercedes -San Luís). Premiada por su poema “Infancia olvidada” (San Nicolás – PBs.As.) Reporteada por el diario Clarín (Argentina), por dos de sus libros, “Poemas en Azul y “En el nombre del Ángel”. Reporteada por el diario “La Capital” de Rosario. Colaboradora de la revista Poe (Madrid - España), “Artesanías Literarias- Argentina, Revista Azul-Arte, Revista “La Urraca”. Integrante de la Antología de Fernando Sabido Sánchez (España) con poetas de los Cinco Continentes. Colaboradora de Letras Nuevas. Blog de Consuelo Salas Valladolid (Yerba Silvestre- Perú). Blog de Poseí Pivín –Israel. (Poema Navidad) Libro Alba de América de California - Comentario de la escritora Victoria Pueyrredón sobre su libro “A la sombra de la Gloria”. Distinguida en la Provincia de Misiones, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen e Iguazú por su libro “En el nombre del Ángel”. Integrante de distintos programas culturales en Radio Cultura de Buenos Aires. Integrante de la red de Poetas hispanos. Integrante del Instituto Cultural Hispánico (California – USA). Integrante de “Te con Palabras” Fundadora Marta de Paris. Jurado en varios concursos Literarios en Argentina. Desde hace diez años recorres escuelas primarias de todo el país llevando sus creaciones y da Conferencias sobre Literatura en distintas Universidades dentro y fuera de Argentina. Nos acompaña con sus poemas.
E Mail: l.pistagnesi@gmail.com


Paz es abrir las sus puertas a verticales horizontes
                donde erguidas espigas
asoman su belleza, creando mareas de piélagos dorados
                      y al mirar el cielo
donde nubes de alabastro se sonrojan al atardecer
                  embelleciendo al paisaje.
Paz es sorprenderse en otoño, cuando las golondrinas
                    sacralizan nuestras pupilas
ante la belleza de si vuelo, buscando una nueva primavera
                      en un ciclo permanente
Paz es el esplendor de la alborada donde el amor germina
                       en rocío y rayos de sol.
Paz es el rostro feliz de un niño ante la fabula contada a la noche
                        por su madre que le sonríe.
Paz es la revelación de un mundo nuevo al resguardo de la maldad
                         compartiendo la comida diaria
Paz es un jardín florecido de rosas multicolores donde  un lago se refleja
                         en el  espejo de nuestros ojos
Paz es mirra e incienso aniquilando para siempre del universo
                    el olor de la pólvora y la muerte
Paz  es tener esperanzas renovadas , mirarnos en la ceremonia de la luna
                      y dar gracias a Dios tomados de la mano
 
 
 
ESCUELITA RURAL
 
Escuelita de campo inmaculada,
sencilla como el marco que te adorna
con tu patio de baldosas desgastadas
y la bandera flameando esplendorosa.
 
Misterios dibujando  tus paredes,
pupitres gastados por los años,
trayendo lentamente los recuerdos
de niños que pasaron por tu lado
 
Quisiera hoy volver a tu regazo,
sentir que mi niñez no se fue nunca
y levantar con ímpetu la mano
dando alguna lección que quedó trunca.
 
 
AMÉRICA

América, milagrosa y agreste,
con tus claros oscuros, tus praderas,
tus valles y  tus cumbres, donde  anidan
las elípticas alas de nuestra historia.
Allí habitaban, seres de piel cobriza,
Tribus pacíficas o guerreras.
Nómades, arraigadas a costumbres sagradas.

Año 1492

Era la hora de los mortales.
El azar abrió las puertas de las aguas
y enormes canoas detuvieron su marcha.
de ellas bajaron  seres de clara la piel,
barbados con penachos plateados
cubriendo sus cabezas,
absortos ante el trémulo paisaje descubierto.
Los aborígenes  se acercaron fascinados
por el esplendor de cuentas coloridas
y mágicos espejos, ingenua curiosidad,
pureza de alma.
 
 ¡Eran amigos!
Cuando los visitantes se marcharon
seguidos por el eco de quiméricas palabras
 y senderos de fabulas,
ellos levantaron sus manos en un sincero adiós.
 
Tiempo después:
 
 El mismo mar,  trajo a otros seres
Pero estos derramaban fuego y muerte
 por sus manos de acero.   .
El Dios Inti  escuchó desde lo alto
 el terrible alarido de sus hijos
 y un extraño silencio inundó el firmamento. 
La Sabia  Pachamama quiso gritar, no pudo,
aquellos visitantes no eran Dioses,
los Dioses no castigan, ni derraman la sangre
de aquellos que veneran  su existencia.
 
América:

invadida, herida, desbastada,
por un inventado destino
de  irrelevante conquista.
En el lento atardecer, los falsos dioses
violaron mujeres ávidos de placer.
Robaron  riquezas y sembraron  la muerte,
cabalgando corceles,
monstruos desconocidos en esa tierra,
.. 
La historia continuó:
 
Ya no hubo tregua para aplacar
esa insaciable sed  de la avaricia.
La pólvora triunfó sobre lanzas y flechas,
 convirtiendo a sus reales dueños
 en  esclavos.
 Las verdes hojas, presagiaron primaveras,
cuando en los azarosos campos de batalla,
 los hombres de cobriza piel
sufrieron la más cruel de las derrotas.
 La presencia del alba desdibujó mareas de cenizas,
y vísceras sangrientas sobre soles sin murallas.
 
 Al llegar la noche,:
 
 el templo sagrado de las estrellas
descorrió el velo de una vida distinta,
 incierta, sin futuro.
Quebradas lágrimas en parpados cansados.
Danzas proféticas cambiando la historia
sobre oxidados horizontes donde anidó el terror.
 El hombre blanco se  apoderó de la nueva tierra.
 
América:
 
 Fue edificada por seres foráneos.
El aborigen quedó
 en la marginalidad de la memoria
con  leyendas escritas en cuadrantes de sombras,
En la montaña, el cóndor lloró por primera vez
América, espera aun la resurrección  de su pasado,
justicia para sus tribus, dueños hoy de la nada.
 
Pero un día:
 

Cuando la luz encienda  firmamentos memoriosos,
se elevara la voz del pueblo, cansado de injusticias,  
y abrasados todos,  marcharan por la igualdad ………….

                      Enarbolando la bandera de la paz
            
                                                                                                                                           
Escribo:

Porque la alegría invade mis horas
y nació conmigo con mi primer llanto.
Porque desde niña hice poesía,
y seguí esa ruta dibujando sueños
que fueron creciendo después, con los años.
 
Hoy:
 
Las hojas secas de aquél calendario,
marcan  un regreso con mas experiencia,
alegría,  risas, dolores, ausencias.
Dejo que la brisa lleve mis palabras
a tierras lejanas.
Tal vez  una playa recoja mis  versos
y un alma sensible junte los retazos-----------
 
 En mentes abiertas arroje semillas,
 
¡Para que otros puedan  hilvanar palabras!.
 
 
Amordacé mi corazón
tratando de olvidarte.
Ahogué tu nombre
en amaneceres solitarios
y almohadas húmedas de llanto,
Caminé sobre melodías
desafinadas en pentagramas
sin auroras.
La tempestad
acudió mis limites.
 
  ¡¡¡Ya no existen espacios
         Para tu recuerdo!!!
 
 
 
Dejamos atrás las blancas bahías pues un nuevo pasajero nos reclamaba desde la Reina el Plata ... y allá fuimos para encontrarnos con FEDERICO LUIS BAGGINI. Nació en la Ciudad Autónoma de BUENOS AIRES, Argentina, el 1 de agosto de 1987. Es, ante todo, escritor y bibliotecario. Sus primeros pasos en la literatura se remontan años atrás, cuando en vísperas de transitar sus estudios primarios, llegó a sus manos la obra "Fausto", de J. W. Goethe. Este ejemplar marcó de manera insoslayable su carrera en el ámbito de la prosa y la narrativa. Tiempo después, sin pretenderlo, dispuesto por las riendas del azar, concretó sus estudios medios en el Instituto de Enseñanza Superior "Juan B. Justo", bachiller orientado a las lenguas vivas. La influencia de los autores cultivados en aquellos años (J. C. Onetti, A. Bioy Casares, R. Dahl, J. L. Borges, D. Salinger, C. S Lewis, J. R. R. Tolkien, Cesar Vallejos, Mario Benedetti, O. Girondo, J. Cortazar, M. Fernandez, E. Galeano, G. G. Marquez, Saramago, O. Wilde, Flaubert, L. Tolstoi, W, Proust, L. Heker, Spinoza, R. Carver, S. Anderson, J. Joyce, L. Stevensson, H. G. Wells, C. Dickens, Moliere, A. Artaud, I. Turguniev, etc.) determinarían el estilo lírico, lúcido, paradigmático y reflexivo que caracteriza a los cuentos, microficciones, ensayos y relatos de este autor contemporáneo recientemente incorporado al circuito literario argentino con su libro “Acariciápajaros y otros cuentos”. Su permanente pasión por las diversas manifestaciones artísticas -desde el cine hasta la escultura, pasando por las artes plásticas la danza y el teatro-, persigue un fin univoco: la provocación, la complacencia y el regocijo que cada individuo atraviesa tras contemplar una obra, una pieza, un contenido, un molde, en otras palabras: un acto de creación. La concepción de arte que muestra irradia, autentifica y colma los aspectos literarios que se destacan a lo largo de su obra; hace trascender de igual modo a todos aquellos anhelos que bregan por su continuidad -ofreciendo una invención propia- y a quienes reciben y cobijan como espectadores las expresiones ajenas, y las vuelven propias. Hoy nos trae un cuento, realmente singular.
E Mail: fedebaggini@hotmail.com

 

ACARICIAPÁJAROS

Recuerda de ella, con severa vacilación dado lo imprevisible de la memoria, el idioma de los impostores, la voz de los símbolos y el lenguaje de los colonizadores y conquistadores velando un infinito de papel: el aubin, lenguaje del vacío; el ankiew,  lenguaje de las mariposas;  el babebidocu, lenguaje de las nubes; el isolica, lenguaje de la reencarnación; el silistria, lenguaje del desprecio; el kwak, lenguaje del amor, su favorito.

Un papel, una imaginación y varios lápices de colores. Dibujó con dificultad la forma de un hombre. Por momentos deslizaba una mirada a través de la ventana. La observaba precipitarse de lado a lado del huerto, ahuyentando los pájaros. Fuera lunes, viernes o domingo allí la veía, correteando al grito de chus chus, elevando sus brazos al cielo como el cuerpo de un manzano. ¡Cómo concentrarse! Debe fingir que no existe, que hay otras. Su movilidad efímera de cielo, imperceptible y constante, es su delicia. Ama de ella lo que desconoce, lo que aún no ha perdido. Al hombre sobre el papel, lo vistió con una camisa de franela, un vaquero color azul, botas con espuelas, guantes de trabajo, un sombrero de paja.  Sobre el hombro derecho, colocó un mirlo de madera. Bajo el trazo y los crayones sintió el boceto de una criatura por nacer.

Tomó del granero unas cuantas maderas, un serrucho para moldear, los clavos para afirmar y el martillo para golpear. Trabajó noche y día, sin descanso, con el boceto entre ceja y ceja. Al llegar la séptima jornada decidió darlo por terminado. Corrigió detalles y cuando hubo sentido orgullo, lo arropó. La madre aportó la ternura y las prendas; la mayoría en desuso, descosidas, llenas de remiendos. Abotonó la camisa alrededor del torso de madera, abrochó el cinto sosteniendo el vaquero, calzó las botas, los guantes y el sombrero. Al ocaso, los amigos se presentaron con el informe: “Entre lasonce y lasuna -señalaba uno agitado- ha salidó al huerto. Volvió a eso de las cinco, según la voluntad del sol. El único reloj que teníamos se ahogó en el estanque, era de mi padre, pronto conseguiré otro". Él los escuchó. Asintió pensativo. Tras salir el último de los niños, trancó la puerta y continuó trabajando. Apiñados en el apuro por irse, algunos rodaron cuesta abajo a lo largo del prado y se perdieron en la alameda poco antes de la penumbra.

Al día siguiente despertó valiente. Desayunó en compañía de su padre. Llegado el mediodía abrió las puertas del granero de par en par. Los goznes crujieron y el revuelo de los caballos asustó a las gallinas. Intentó cargar al hombre de madera sobre su espalda pero no pudo, era muy pesado. Con la ayuda de una asadera lo tumbó sobre una carretilla untada de cemento seco. La tierra húmeda se hundía bajo la rueda, la lluvia de la noche anterior conspiraba contra sus planes. El barro le cubría las canillas, entorpecía su paso. Ella lo observó largamente, apoyada en el alfeizar de la ventana. ¿A dónde irá?, se preguntaba. Siguió atentamente cada movimiento del niño y su carretilla y el espantoso hombre con sombrero de paja. Al cabo de unos minutos entraron al huerto que ella cuidaba. Alarmada, bajó las escaleras a toda prisa; el alero trasero de la casa le servia de guarida. Con ojos vidriosos lo examinó. Se debatía entre el maíz como quien lucha contra un panal de abejas. Se levantaba y volvía a caer. Pero no se rendía. Ante su asombro, una silueta extraña apareció recortada por el sol. Los pájaros, en lo alto, graznaban furiosos. Volaban en círculos, merodeando, fraguando una embestida. Cuando se lanzaban en velocidad la silueta les cerraba el paso, aminoraban el batir de alas, detenían la marcha y retornaban al cielo ya resignados. “Has hecho un espantapájaros”, susurró la niña. Sin delatarse había llegado hasta donde él estaba. Éste le sonrió, embarrado hasta las narices. “Lo llamo Acariciapájaros. Es para ti. Ya no tendrás que cuidar del huerto, él se encargará de todo -explicó-. Ten, colócalo donde gustes”, dijo y ofreció a la niña una avecilla tallada sin cuidado. Ella se paró sobre la punta de los pies y con delicadeza posó sobre la camisa del espantapájaros el mirlo de madera. Él, por vergüenza, no apartaba la vista de las nubes en forma de nada. Ella, por amor, tomó su mano. “Ven, vayamos a jugar”, propuso. Eran libres.

Juntos, sin soltarse, habitaron el bosque desde aquel día hasta su muerte, cuando fueron enterrados por sus hijos a los pies del Acariciapájaros, vestido de gala para la ocasión.

Años después, algunos aldeanos atestiguaban verlo deambular por la noche, cerca del maizal. Lo describían taciturno y adusto, como una escultura muerta con vida (o viva con muerte). Pero uno de ellos, peculiar, calvo, de bigote tupido, constructor de abstracciones, desmentía esos rumores. Afirmaba, sin embargo, haber oído recitar de sus labios de madera gris, palabras en un idioma llamado kwak, ignorado en la tierra de la materialidad, las cifras y los riesgos. <<El tiempo ha perdido sus metáforas y se resigna a una despedida igual a tantas otras>>, es lo que dijo que diría el que dirán, mientras las manos astilladas acariciaban al mirlo posado sobre su hombro derecho.


Dimos la tradicional vuelta al Obelisco y la maquinista decidió que necesitaba cambiar de paisajes y de aires. ¿Qué mejor que las sierras? La locomotora partió entonces rumbo a Córdoba para recoger a nuestro último pasajero, quien ya también nos acompañó en otro viaje: GONZALO SALESKY. Nació en la ciudad de CÓRDOBA en 1978 y allí vive. Estudió profesorado de matemática y trabaja como docente. Ha publicado tres libros, titulados “2011” (poemas y cuentos, publicado en el año 2009), “Presagio de luz” (poemas, en 2010) y “Ataraxia” (poemas y cuentos, en 2011). Obtuvo distinciones en certámenes literarios de España, México, Venezuela, Estados Unidos y Argentina. Sus libros pueden descargarse gratuitamente desde http://gonzalosalesky.blogspot.com. Nos deja un cuento con un giro interesante …
E Mail: gonzalosalesky@gmail.com
 

ROSAS ROJAS

En la puerta del hospital de urgencias, donde estacionan las ambulancias, había una pelea entre dos hombres. Me llamó la atención porque solamente uno de los dos golpeaba al otro, que no caía al piso a pesar de los tremendos puñetazos que le aplicaban en el rostro.

Habían comenzado dentro de un taxi y bajado de él a los tumbos. Quien recibía los golpes ni siquiera sacaba las manos de sus bolsillos, como si en ellos estuviera protegiendo algo valioso. No ofrecía ningún tipo de resistencia, sólo buscaba evitar los impactos. Pero no lograba hacerlo del todo, y el que golpeaba de manera feroz que por su ropa parecía ser el taxista le asestó varias trompadas más hasta que el agredido, al fin, se decidió a correr.

Me pareció extraño que no hubiera intentado defenderse o al menos, alejarse cuanto antes.

Perdí de vista a los dos hombres y seguí caminando. Entré al hospital por una de las puertas laterales. Venía bastante apurado, como siempre. Iba a visitar a un pariente internado y sólo llevaba un ramo de rosas rojas en mi mano derecha.

Unos segundos después, sentí que me empujaban desde atrás. Trastabillé y casi caigo al suelo. En una de las galerías, cerca de la terapia intensiva, el mismo hombre que había recibido los golpes me tomó del brazo y con un arma pequeña apuntó a mi pecho.

Haciendo ademanes, me obligó a acompañarlo. No dudé un segundo. Estaba muy lastimado y de su ojo izquierdo parecía caer sangre. Su camisa blanca, llena de pequeñas manchas de color oscuro. Y sus dientes...

Corrimos un largo trecho. La gente se horrorizaba al ver su cara destrozada y el revólver que llevaba en su mano derecha. Parecía algo grotesco, un hombre desequilibrado corriendo al lado de otro que seguía sosteniendo, como si fuera un trofeo, un ramo de flores. No entiendo por qué en ese momento no pude soltarlo.

Subimos a un pequeño ascensor. Allí bajó su arma y me miró a los ojos por primera vez. Sacó de su bolsillo una pequeña caja de color blanco, cerrada con cinta adhesiva, y me la entregó sin decir nada.

Al detenernos en el segundo piso, volvió a tomarme del brazo y así corrimos hasta el borde de un balcón que se encontraba unos pasos delante de nosotros.

Abajo, la gente había empezado a congregarse. Extrañamente, a pesar de todo, yo me encontraba tranquilo y seguro de que no iba a lastimarme. Algo en su mirada lo decía. Pero aún no llegaba a entender por qué me había dado la caja.

No la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos errores que yo.

Habló como si estuviera leyendo mi mente.

No tuve tiempo de preguntarle nada. Acercó la punta del revólver a su garganta, debajo de la nuez de Adán, y disparó.

Se desplomó sobre mí. Y la sangre... ¡por Dios! Tanta sangre a borbotones sobre mi ropa, mis zapatos y el ramo de flores.

Me lo saqué de encima. Sentía vergüenza de pensar más en el asco que me producía ensuciarme que en la locura y el drama de ese pobre hombre.

En pocos minutos llegó la policía. Tarde, como en las películas. Sólo atiné a quedarme sentado, apoyado contra la pequeña pared que nos rodeaba.

Guardé la caja en el bolsillo. Tuve la tentación de dejarla tirada o de esconderla en el pantalón del suicida, pero preferí respetar su último deseo. Cuando todos se fueran, la abriría.

Ya en mi departamento, cerca de las cinco, aún no había podido almorzar. Seguía asqueado por la horrible sensación de la sangre caliente sobre mi cuerpo. Volvía a verla, manando con violencia, mojando mis manos y mis pies.

Me senté en el living. Acababa de llamar la policía para pedir algunos datos y ver si podía aportar algo más. De paso, me avisaron que el psicópata no había muerto todavía. Estaba muy grave, internado en el mismo hospital de esta mañana. Era prácticamente imposible que sanara o despertara, según el comisario a cargo de la investigación.

Sin embargo, algo me impulsó a ir a verlo. Para saber más de él o de su vida. Además, me tentaba la idea de dejar la cajita blanca de bordes plateados entre sus pertenencias.

Pero no iba a poder hacerlo.

Unos minutos más tarde estaba en camino del hospital, por segunda vez en pocas horas.

Llegué a la sala de terapia intensiva pero dos oficiales me impidieron el paso. Estaban parados al lado de la puerta, uno de cada lado.

Me preguntaron si tenía relación con él, si era familiar o pariente. No quise decirles mi nombre, sólo contesté que lo había conocido hace poco tiempo. El más joven me dio el pésame por anticipado y me informó que podía quedarme por allí, para esperar el obvio desenlace.

Les agradecí. Di media vuelta y busqué la salida. Había sido un día bastante largo.

Después de subir a un taxi para volver a casa, tomé la caja y me decidí a abrirla. De una vez por todas.

Nunca hubiera podido imaginarme lo que contenía.

Tenía que entregársela a alguien. Pero no a cualquiera. Alguien que fuera capaz de llevar a cabo lo que la caja pedía.

Vi por el espejo retrovisor que el taxista había observado lo mismo que yo. Y supe que comenzó a desearla, con todas sus fuerzas.

Estacionó a los pocos metros, cerca del sector de entrada y salida de ambulancias, y giró hacia mí. Me exigió la caja y no quise dársela. Por eso mismo comenzó a golpearme. En el rostro, en los oídos, en el estómago… pero no la solté. La guardé en mi bolsillo, a salvo de todo.

Tratando de esquivar sus trompadas, bajé del auto. Sin saber hacia dónde iba, empecé a buscar al próximo destinatario.

Advertí que desde lejos nos estaban mirando. Era un hombre calvo, como yo, que parecía llevar algo pesado en sus manos.

Lo seguí. Enceguecido por el impulso de compartir con alguien especial el contenido de la caja, fui hacia la galería donde se encontraba. Aún sin saber cómo iba a convencerlo de que acepte.

Se me ocurrió quitarle el arma a un guardia del hospital. Lo hice y corrí con todas mis fuerzas por uno de los pasillos. Mi corazón latía cada vez más rápido. La sangre ensuciaba mi camisa. Tenía el ojo izquierdo semicerrado y mis dientes…

Encontré al calvo y lo tomé del brazo. Con la pistola apunté a su pecho y lo obligué a correr junto a mí, para alejarnos de todo.

Nos refugiamos en un ascensor. Cuando bajamos en el segundo piso, casi sin aliento, le di la caja y le indiqué:

No la abras todavía. Sólo después que me vaya. No cometas los mismos errores que yo.

No tuvo tiempo de preguntarme nada. Allí mismo, cerca del balcón, acerqué la punta del pequeño revólver a mi garganta y disparé.

Caí sobre él. Y mi sangre... por Dios, tanta sangre a borbotones sobre su ropa, sus zapatos y el ramo de rosas rojas que él seguía sosteniendo entre sus manos, como si fuera un maldito trofeo.

No podían faltar los criollitos (de hojaldre) y unos matecitos con peperina. Y así reconfortada la locomotora emprendió el regreso al hogar. Aquí los espero para que arrimen sus poemas y sus cuentos a: millaco@ciudad.com.ar. Para consultar todos los números anteriores pueden entrar en la página web (también dejar comentarios si desean). Agradezco las invitaciones a participar en diferentes redes sociales pero no suscribo a ninguna de ellas.
¡Nos estamos reencontrando! Hasta entonces un cálido abrazo

CRIS FERNÁNDEZ

 

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